Testimonios
GUERRA
DE MALVINAS:
RELATO DE UNO AL QUE NO SE LA CONTARON
El 14 de
junio de 1982, luego de 74 días de haber combatido con
coraje y honor por mar, tierra y aire, se produjo la rendición argentina. La
derrota en las armas era inminente, pero en los corazones de nuestros héroes
seguía ondeando nuestra bandera, como todavía lo hacía en las islas. Con motivo
de su presencia en el escenario de aquel acontecimiento, recogimos el
testimonio del compañero Daniel Eduardo Carozzi, histórico militante
antifascista cariñosamente conocido como “El Tata”, referente de la OLP
Resistir y Luchar (Prisioneros de esta Democracia) en la localidad de San
Martin, Provincia de Buenos Aires. Estos son sus recuerdos de aquel
acontecimiento.
Abril de 1982: “Se acabaron las licencias”
Me tocó en suerte ser reclutado como conscripto en la 9na Brigada Aérea el 4 de enero de 1982 y dado de baja el 4 de marzo del 83. Cumplí funciones en el Grupo Técnico, en el área dedicada a los aviones, en el teatro de operaciones del Atlántico Sur, que abarcaba Río Gallegos, Comodoro Rivadavia y las Islas Malvinas.
Entre la una y las dos de la mañana del 2 de abril, fuimos convocados a cargar una flota de Hércules. El ambiente estaba muy enrarecido, intuíamos que pasaban cosas importantes, pero en la tropa reinaba el secreteo por parte de los milicos. Desmontando cola y aletas, cargamos algunos helicópteros, jeeps, y otros vehículos. Entre tales enseres había un gran cartel amarillo con un letrero pintado en letras negras, se alcanzaba a leer “Aeródromo”, y el texto siguiente estaba cubierto con papel madera sujeto con cinta scotch. La furia del viento no tardó en volarlo, y dejar al descubierto que debajo decía “Malvinas”. Eso nos dejó cavilando…
Nos fuimos a dormir, y al día siguiente, cuando estaba programada nuestra primera licencia. Al despertarnos con la diana, nos dicen “bueno, soldados, tenemos dos noticias para darles, una buena y una mala, ¿cuál quieren escuchar?” Todos respondimos “la buena”. A eso respondieron “La buena es que hemos recuperado nuestro territorio en Islas Malvinas y archipiélago del Atlántico Sur, y la mala es que se acabaron las licencias”. “aaahh… bueno – dijimos – nos van a preparar para enfrentar a los ingleses”. Y ahí comenzó nuestra odisea.
Pozo
de Zorro:
“El orín se evapora pero la mierda apesta, y da cartel de cagón”
Ese mismo día nos llevaron al campo de tiro, nos hicieron practicar, fueron seleccionando a algunos, nos enseñaron técnicas de combate callejero, combate urbano y rural, ya que el suelo de Malvinas es muy similar al de Comodoro Rivadavia, nos dieron armas, que la mayoría no sabía usar. Yo, por suerte y por desgracia, tuve un abuelo policía y me familiaricé con ellas desde los 9 años. Nos entregaron fusiles FAL adquiridos a Bélgica en 1956, que no servían para una mierda.
A continuación, me derivaron a un puesto de guardia a 4 kilómetros de la base, a fin de prevenir el ataque de los comandos ingleses. Estando ahí, llegó un capitán de apellido Reyes, vestido a lo Rambo con un chaleco porta granadas, ufanándose de haber participado en el Operativo Independencia luchando contra la guerrilla y considerándose parte de su aniquilamiento total. Luego fabricó tres trampas cazabobos atadas con alambre de fardo, y las instaló por ahí nomás. Cuando se disponía a retirarse, le señalamos que se trataba de tierras bajas, con pequeños arbustos, habitadas por muchos topos, perdices, liebres patagónicas, y que esas cargas podrían detonarse en cualquier momento. El tipo replicó “yo acá soy el que sabe y ustedes cierran el culo, toman sus puestos de guardia, y ante la primera explosión abren fuego indiscriminado”. Eso ocurrió alrededor de a las 23 hs.
Alrededor de a la una y media de la madrugada, cuando nosotros estábamos en el pozo de zorro que habíamos construido con piedras - dejando la abertura para que entre una MAC (ametralladora con trípode que requiere de un efectivo para portar ese accesorio, otro para cargar las municiones, y el apuntador, que en este caso era yo) y una entrada para el acceso de una persona -, re cagados de frío del “tornillo” que hacía, y de pronto se escuchan cinco explosiones de MK5 que nos hicieron saltar medio metro del suelo. Inmediatamente advertimos que, desde la Brigada, que estaba a unas 40 cuadras, se veían las balas trazantes que venían en nuestra dirección, entrando en el pozo de zorro y haciendo saltar trozos de piedra que nos daban en la cara. Estábamos ahí dentro, apretados en posición fetal y yo, con el dedo en el gatillo tirando por tirar. Hasta que se pudieron comunicar con la base y avisaron que dejásemos de tirar porque era fuego cruzado. A los 20’ aparece el Capitán Reyes y nos dice que vayamos a recoger los restos que haya producido el tiroteo. Pregunta quién estaba en el puesto de MAC, respondemos “nosotros tres”. Entonces dimos un paso al frente, pidió que nos levantáramos el chaleco, advirtió que nos habíamos meado encima, nos hizo girar, y vio que ninguno se había cagado. Anteriormente, un soldado piola, el Cabo López, que tenía un hermano detenido - desaparecido en Mar del Plata y pertenecía a la Fuerza Aérea, nos había recomendado que ante una acción directa y en plena descarga de adrenalina, lo principal era cerrar el culo y aflojar la vejiga, porque el orín se evapora, pero la mierda apesta y da cartel de cagón. Entonces ese oficial nos felicitó justamente por no habernos hecho encima, y nos mandó continuar en nuestras tareas. Esa fue nuestra primera experiencia bélica, a la semana de la toma de Malvinas.
Muchos de nosotros estamos en desacuerdo con que se reivindique el 2 de abril como fecha patria, porque no admite ninguna celebración que un general borracho tomando Johnny Walker diga “les presentaremos batalla” y nos mande como carne de cañón a ser faenados por los ingleses. El Día del Veterano de Malvinas es el 14 de junio, cuando cayó en combate el último soldadito argentino, que fue el rango de la mayoría de los muertos, salvo unos pocos oficiales, y pilotos de la Fuerza Aérea, que - a pesar de mi posición anti milicos - reconozco como los únicos que hicieron lo que había que hacer, combatiendo con garra, y tratándonos humanamente.
Labores de enfermería: “La sangre inocente no se borra de la memoria”
A fines de abril, en Pampa de la Salamanca, me devolvieron a la tropa. Tuvimos un día de descanso, y en la madrugada del 1° de mayo vinieron un par de milicos preguntando si había soldados que supieran algo de enfermería, porque venían pibes con pie de trinchera (edema rojo y doloroso, acompañado de focos supurados), pulmonía, diferentes enfermedades propias del frío. Mis dos abuelas eran enfermeras, entonces me ofrecí como voluntario. Yo sabía hacer RCP, tomar la presión, aplicar inyecciones, conocimientos básicos.
Allá fuimos. Llegaron dos aviones Hércules, se abrieron las puertas de atrás, y salió un verdadero río de sangre. Es muy difícil transmitir esa impresión en palabras. Pero a partir de ese momento mi mundo cambió. Nunca en mi vida había visto correr tanta sangre, ni siquiera en el cine. La sangre real no es de color kétchup, como en el cine. Es mucho más oscura. Y huele a hierro. La muerte huele mal. Supongo que en aquella circunstancia se debía a las heridas engangrenadas. Recuerdo un olor raro, medio dulzón.
Desfilaron
muchos soldaditos delante de mí. Yo tenía 19 años, y no entendía qué estaba
pasando, cómo carajo hacer… Hasta que le inyecté 5 o 6 cm. cúbicos de morfina en
vena a un pibito al que le faltaba un brazo. Y dijo “aaahh… ahora sí”. Entonces
me dije, si a este flaco que está manco le administro esta dosis y se calma,
acaso inyectándome 1 cm. logre calmar todo el dolor que estoy sintiendo.
Esa dosis me sostuvo durante tres meses y medio.
Volé tres veces a Malvinas a buscar heridos. No entré nunca en combate. Me hubiera gustado, si, pero contra nuestros oficiales, no contra los ingleses. Los milicos eran los que estaban enviando al muere a los colimbas. Paradójicamente, en las mismas naves en que hacían los “vuelos de la muerte” transportaban a los pibitos mutilados en Malvinas, que tenían la misma edad de la mayoría de los detenidos - desaparecidos. Iban a Río Gallegos o Comodoro Rivadavia. Fue una experiencia inolvidable. Hasta el día de hoy, 42 años después, tengo sueños recurrentes. Sangre, gritos, la necesidad de contarle a mi mamá que me morí pensando en ella, decirle a mi novia que la amo… “Dále esto a mi mamá”, (una estampita), “dále esto a mi mamá” (una medallita) Y yo nunca se la pude dar a la mamá de ninguno porque no tenían identificación los pibitos, venían todos sin la placa. Por lo general eran todos pibes del norte, Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Salta, lo cual me parecía raro. Me preguntaba porqué mandar a pibes de zonas tan cálidas a un paraje tan húmedo y frío como Malvinas. Después nos enteramos que los terratenientes patagónicos les pagaban a los milicos para no ser despojados de mano de obra local. Los descendientes de quienes hicieron la Conquista del Desierto no iban a sacrificar a su peonada si les servía para que siguiera esquilando ovejas o hacer pozos petrolíferos en vez de ir a “morir por la Patria”.
Uno lo va entendiendo con el tiempo. Así estuve un mes y medio, hasta que terminó la guerra. Yo me seguí inyectando, hasta que me engancharon. Me comí siete meses de recargo. Fue todo muy cruel. Por entonces yo tenía una conciencia de pato, veía en la tele los dibujitos animados de Tiro Loco Mc Graw, en el cine “Fiebre de sábado por la noche” con John Travolta cantando “stayin alive”, y hoy de pronto su traje blanco se me aparece todo manchado de sangre. Y por más que te refriegues con agua oxigenada, la sangre no para de burbujear desde tus poros. Puedo asegurar que la sangre no se limpia con agua. La sangre inocente es difícil de borrar de la memoria. Vale la pena tener memoria. Y gabarse aquel dicho que nos inculcaron los milicos: “Vale la pena ser una bola de nervios y no unos boludos nerviosos”.
Sigo siendo un combatiente. Apretemos bien el culo entonces, porque no es tiempo de cagones. Por los desaparecidos, por esos pibitos de Malvinas, por las víctimas del gatillo fácil, los wichis, diaguitas, mapuches, quechuas, kollas, aymaras, incas, taraumaras, charrúas, querandíes, y una larga lista. Tengamos memoria y sepamos que, pese al tiempo transcurrido, toda esa sangre continúa escurriéndose por las zanjas y mezclándose con el barro.
Salud
y libertad. -